¿Podemos imaginar un mundo organizado por jóvenes que desplieguen su potencia, su libertad, su alegría de vivir, su sexualidad y su deseo de hacer el bien sin límites? ¿Sin represión? ¿Sin subyugar a nadie? ¿Sin frenar sus impulsos vitales? ¿Podemos imaginar un mundo en el que las relaciones amorosas no estén basadas en el miedo, ni en el hecho de apropiarse del otro para nuestro propio confort? ¿Cómo sería un mundo en el que los jóvenes -con frescura y júbilo- amaran sin límites?
La vida sería una fiesta, sin lugar a dudas. Entonces ¿para qué los adultos malgastamos energía y preocupaciones reprimiéndolos o prohibiéndoles que se relacionen con otros muchachos o muchachas por motivos que ni siquiera sabemos cuáles son?
Para los adultos, la adolescencia de nuestros hijos es una segunda oportunidad: ellos aún esperan recibir la escucha, la disponibilidad emocional, el contacto corporal, la entrega, la admiración y el aliento que tal vez no recibieron siendo niños.
Ahora es el momento adecuado para ofrecerles un espacio razonable a esas necesidades que esperan ser resarcidas. La adolescencia es el período en el cual ensayan formas de amar, comprobando sus recursos y encaminándose hacia una mayor autonomía e individuación hasta alcanzar madurez e independencia emocional, con las que transcurrirán el resto de sus vidas adultas. Todo ese lapso de ensayo y error merece acompañamiento, protección y guía. Ojalá seamos capaces de alentarlos a abrir las puertas de sus propios potenciales y atreverse a volar.
Laura Gutman